¡Flash eterno, susto mortal! El camarógrafo inmortal y el bólido fugaz
En el fragor de un rally, donde la adrenalina quema el asfalto y los motores rugen como bestias desatadas, existe una figura estoica, un observador silencioso que parece desafiar las leyes del tiempo y el peligro: el camarógrafo. Se dice que este ser, con su ojo electrónico siempre atento, es inmortal, un testigo eterno de la historia que se escribe a velocidad de vértigo.
Hoy, sin embargo, incluso la impávida compostura de nuestro camarógrafo cósmico estuvo a punto de resquebrajarse. Allí estaba, plantado firmemente al borde de la pista, su lente enfocada en la curva que se acercaba. Ha visto pasar innumerables vehículos a toda velocidad, cada uno dejando tras de sí un eco de potencia y riesgo. Pero lo que estaba a punto de presenciar era de otra liga.
Un rugido ensordecedor rompió el aire, intensificándose con cada segundo. Entonces, surgiendo de la nada como un espectro de metal y fibra de carbono, apareció un bólido. No era simplemente rápido; parecía haber roto las cadenas del tiempo, moviéndose a una velocidad que desafiaba la percepción humana.
El camarógrafo, fiel a su juramento de registrar cada instante, mantuvo su posición. Su ojo electrónico capturó la furia del motor, el borrón de los colores, la determinación en el rostro del piloto. Pero incluso en su eterna existencia, una punzada de algo parecido al asombro (¿o quizás era un escalofrío?) recorrió su circuito interno.
El coche pasó a escasos centímetros, una exhalación de viento y goma quemada que sacudió su trípode. Por una fracción de segundo, el inmortal camarógrafo se vio inmerso en el vórtice de la velocidad pura, un recordatorio visceral de la fragilidad de la vida que él simplemente observa.
Luego, tan rápido como llegó, el bólido desapareció en la distancia, dejando tras de sí solo el eco de su furia y una nube de polvo danzante. El camarógrafo, imperturbable en apariencia, ajustó su lente. Su misión continúa, registrar la historia, un fotograma a la vez.
Pero por un instante fugaz, en el rugido de ese coche que desafió los límites, incluso el testigo eterno de la historia debió haber sentido el latido efímero de la adrenalina, la cercanía vertiginosa del peligro. Quizás, en ese microsegundo, incluso un inmortal recordó lo que significa estar vivo... o casi dejar de estarlo. La historia, después de todo, se escribe en cada instante, incluso en los que pasan a la velocidad de un rayo.
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